Comentario
Las inquietudes sociales que recorrían Europa como consecuencia del desarrollo industrial, con sus efectos de cambio en la mentalidad y sensibilidad de la época, reflejadas paulatinamente en la creación artística, no encontrarían acomodo en España, víctima de un notorio retraso tecnológico y, por ende, sociológico y artístico.
Los pintores de la época permanecían anclados en un romanticismo académico, fomentado oficialmente a través de las Exposiciones Nacionales y de las enseñanzas impartidas en la Lonja de Barcelona, la Academia de San Fernando de Madrid y la recién creada Academia Española de Bellas Artes de Roma.
No extraña, pues, que el Realismo tardara en introducirse de un modo oficial, si bien era sobradamente conocido por la larga nómina de pintores españoles que durante esos años gozaron de pensiones en Italia y Francia, gracias a la política cultural seguida por numerosos organismos oficiales, diputaciones y ayuntamientos.
Todas estas vicisitudes vienen a explicar la falta de uniformidad que presidió la irrupción del Realismo en España, que se manifestó de muy variada forma. De un lado, la burguesía propicia la producción de un realismo preciosista; de otro, la presión academicista hace que el realismo se manifieste con el concurso de la última generación de los pintores de historia, al tiempo que el realismo social emerge al amparo de las Exposiciones Nacionales. Pero es en el tema paisajístico donde se obtienen las mejores y más sinceras conquistas.